Hamburgo

Hamburgo se proclama la capital del comercio marítimo y, ojo al dato, lo hace una ciudad que está a 110km del mar. Es como si Zaragoza pretendiese organizar unos juegos olímpicos de invierno. Zaragoza: una ciudad en mitad del desierto y donde la nieve hace acto de presencia 5 minutos cada 5 años con suerte.

Y sin embargo… Hamburgo, puerto de Europa.

Vamos a ver qué hay de cierto en esa afirmación.
Hamburgo, pese a sus 110km de distancia hasta el mar, cuenta con el segundo puerto más importante de Europa, sólo por detrás del puerto de Rotterdam. Y eso es gracias al Río Elba, que más que un río parece un océano. Lo parece y lo es, pues hasta su puerto se adentran gigantescos barcos portacontenedores.
Eso convierte al “paseo marítimo” de Hamburgo, por llamarlo de alguna forma, en un paseo un poco peculiar. Si vas caminando por este paseo marítimo y miras hacia el horizonte, lo que ves, tras el río-océano, es una colección de grúas, diques y empresas. Cosas alemanas. Nosotros tenemos las macrogranjas y nuestra colección de urbanizaciones fantasmas playeras y ellos, sus industrias. No saben lo que se pierden.

Contemplando el atardecer.

Todo este paisaje kafkiano se puede recorrer a través de la red de transporte público. Y es que existe un barco-bus que hace paradas en los distintos puertos de la ciudad. Este barco-bus es el lugar perfecto para sufrir un ataque de bipolaridad paisajística: a tu derecha maravillosas villas en lo alto de una verde y arbolada colina, bajo la cual descansa una playa fluvial; a tu izquierda, el segundo puerto marítimo más importante de Europa, con sus grúas, sus contenedores y sus cosas portuarias.

Aunque es una línea de transporte público, la verdad es que parece que nadie se la toma en serio. La línea ha sido colonizada por los turistas.Tanto es así que es el único lugar de Alemania donde no hay una ordenada cola. Los turistas nos agolpamos en el embarcadero, intentando subir los primeros, para poder ocupar una plaza en la plataforma al aire libre situada en la popa de la embarcación. No, a estribor… Bueno, arriba.

The other side

En la cola tuve la suerte de que me tocara delante un ruso asqueroso, que magreaba a su novia a vista de todo el mundo, o sea, justo delante mío. Creí que me quedaba embarazado. Cuando se acercó el barco, el idiota de él empezó a sacar el codo y yo, que soy cinturón azul de karate, le tosí en la oreja con mi grave tos poscovitosa, lo más fuerte y profundo que pude. Surtió efecto.

Son sus tradiciones y hay que respetarlas.


El comercio.

Volvamos al puerto.
Lo del puerto, y lo del comercio, es un aspecto fundacional de Hamburgo. Ciudad miembro de la medieval liga hanseática, una asociación de ciudades comerciantes, a principios del S. XX seguía haciendo honor a la tradición: la Hamburg America Line se convirtió en la empresa naviera trasatlántica más grande del mundo.
Los almacenes del puerto, construidos en la Speicherstadt (ciudad almacén), eran el centro logístico de Europa. Allí se almacenaban y centralizaban las mercancías esperando un nuevo destino, muy lejos de Hamburgo. Pero no solo llegaban cosas, también el puerto fue escenario de muchas despedidas. Desde allí, miles de europeos emigraron hacia América en busca de algo de suerte, fortuna o simplemente trabajo.
Esos almacenes, preciosos edificios de ladrillo rojo, recuerdan a antiguos edificios abandonados de Brooklyn, por ejemplo. Hoy son oficinas y en algún caso viviendas. Y por supuesto destino obligado de los fotógrafos.


Allí se encuentra el Wasserschloss, un magnífico edificio construido sobre el extremo de una isla en la que convergen dos canales, desde los cuales se despliegan sendos puentes. Es una de esas fotos que hay que hacer. Fuimos una tarde a pasear por la zona y a ver cómo estaba el lugar para hacer la fotografía y con gran sorpresa y regocijo , descubrimos que ese bonito edificio era un restaurante. Echamos un par de fotos y a los dos minutos estábamos dentro echándonos unas jarras de cerveza. Y volvimos otro día a comer, en su preciosa terraza, donde me ocurrió una de esas tonterías de guiri. Con la gracia de que el guiri era yo. La carta no era muy amplia, pero vi una cosa que tenía claro lo que sería: una Hamburger Labskaus, (una hamburguesa típica, pensé). Lo que me trajeron, por describirlo de alguna forma que se entienda, fue una especie de vómito de gato de color rosa. Eso era, en realidad, un plato tradicional compuesto por carne en salazón, arenque, cebolla y remolacha. Cuando la camarera lo trajo, con cara de panoli, le pregunte:

-“Sorry, I might be confused due to the language, but… Is this what I ordered? A Labskaus-Hamburger?”
Y ella, con cara de “otro guiri que se confunde” respondió que
-“Yes, it is a traditional dish, Labskaus-Hamburger”
-“Thank you very much”

The panoli confusion, abril de 2022

Me lo comí. No sé si por vergüenza, orgullo o porqué. A ver, a vómito de gato no sabía, pero vamos, que la cocina alemana no destaca por su variedad ni por su riqueza ni por nada. Cerveza, codillo y salchicha. No os salgáis de eso.

Wasserschloss

Y por cierto, junto al bar hay una bonita tienda de regalos que sólo por lo bonito que es da gusto entrar a verla. ¿Te imaginas una tienda de regalos de Barcelona o Madrid como esta?


Al atardecer acudimos a hacer la foto de rigor. Hacía frío, apenas había nubes… pero alguna foto salió. No obstante, siempre te quedas con ganas de mejorar la foto o de intentar hacer algo diferente.


Y dos noches más tarde, con un cielo totalmente despejado, volvimos a hacer la foto. El resultado en cámara era ya bastante espectacular, pero al llegar a casa y ver que las estrellas podían verse con claridad me pareció de otra categoría. Esto, que se puedan ver las estrellas, dice mucho de la poca contaminación atmosférica y lumínica de Hamburgo.

Al día siguiente por la mañana, paseando por la zona, vi una fotografía. Desde un puente que cruzaba un canal se abrían dos filas de almacenes a cada lado. Al fondo, una pasarela unía los dos bloques de almacenes . A esas horas, con ese cielo… la fotografía no valía un carajo. Pero siempre que voy a hacer una fotografía me pregunto qué puedo hacer para mejorarla, y estaba claro que esa escena se merecía un tiempo para pensar. ¿Cómo quedaría esa fotografía al amanecer? Descubrí con sorpresa que el sol aparecería casi de frente, lo que nos garantizaría colores en el cielo, casi coincidiendo con el punto de fuga, y luego unas sombras bien bonitas. Además, revisé el parte y, como el amanecer se esperaba bastante frío, había posibilidades de nieblas.
Pues al lío. Lo primero, una panorámica para que veáis la situación cuando el sol empezaba a asomar por el horizonte. La fotografía es bastante espectacular, por ser una panorámica, pero yo quería un plano más cerrado.

Panorámica

Cerramos plano…

Más luz

y el cielo empieza a cobrar protagonismo. Las primeras luces doradas empiezan a calentar las partes más altas de la fachada. Pero le falta algo… Qué bien quedaría que alguien recorriera la pasarela…

Ahora con silueta

Pues dicho y hecho.
¿Se puede mejorar? La fachada sigue recibiendo más sol, pero yo quiero sombras. Vamos a esperar un poco más.

Y por fin, las sobras y la luz

Pues ahí van las sombras.

Tópicos sobre los alemanes que son verdad, te lo juro

Una de las cosas que más impresiona de Hamburgo, y donde digo Hamburgo me refiero a toda Alemania, es el silencio. Un silencio apabullante. Un silencio que es hasta molesto, pero que en realidad es una delicia. En los restaurantes, en las cervecerías, nadie levanta la voz por encima de nadie. Puedes hablar perfectamente con tu compañero de mesa sin necesidad de gritar. La música de fondo es eso: música de fondo, no una televisión ensordecedora. Creo que nos hemos acostumbrado al ruido de tal forma que nos parece natural, pero no lo es. No es normal tener que levantar la voz por encima de Paz Padilla. No lo es. Pero nos hemos acostumbrado. Y en Alemania, donde no entienden a Paz Padilla, se nota.

Pero esa paz, esa tranquilidad, no se limita a los bares. En las ciudades, sobre todo en los cascos históricos, la apuesta por el transporte público ha sacado todo el tráfico privado de los cascos históricos, convirtiéndolos en auténticos lugares para poder disfrutar del paseo, o de las terrazas de bares en las que, en cuanto pega un poco el sol… germinan alemanes.
Pero en las zonas donde mejor agarra la ciudadanía alemana al brotar el sol son, sin duda, los parques. Es como si al salir el sol les llegase una alarma al móvil y se fueran todos corriendo a tirarse por los parques. Y se llevan barbacoas y litronas de cerveza. Aquí haces eso y tienes a la policía desalojándote por beber en el parque y a los bomberos denunciándote por provocar un incendio. Lo del incendio en Zaragoza no, claro, que somos capital olímpica de los juegos de invierno y vivimos bajo 3 metros de nieve.

Brotes de alemanes

Otra cosa que llama la atención a cualquier ciudadano ibérico es el orden, que, lejos de todo tópico, representa a los alemanes más que su bandera. Les gusta respetar el orden, las filas, las normas. Esto se puede comprobar en los semáforos y es desesperante.

Una de las mañanas que me levanté para fotografiar el amanecer me encontré con una situación que solo puede darse en Alemania. Eran las 6:30h y todavía no había salido el sol, pero ya se podía ver con cierta facilidad. Era sábado y no había tráfico. El semáforo de peatones en rojo. Ningún coche en kilómetros a la redonda. Y yo y otro alemán quietos, esperando a que se pusiera el semáforo en verde. Yo mirando a la cara al alemán, como comprobando a ver si estaba vivo. El alemán, con toda su tranquilidad cartesiana, mirando al semáforo y esperando la luz verde para cruzar.

Y para que no sean todo estereotipos, vamos con una historia de esas que no esperas en Alemania. La Filarmónica del Elba, ese gran edificio de cristal construido sobre un antiguo almacén, se presupuestó en 2002 en 77 millones de euros. Con 12 años de retraso, se finalizó en con un coste de 789. Diez veces más.

Cosas nazis

Hicimos una visita de día a Lubeca, capital de la liga hanseática y una de las pocas ciudades alemanas que durante la Segunda Guerra Mundial no fue bombardeada por los aliados hasta convertirla en una escombrera tipo Ucrania.


Lubeca fue la capital de la Liga Hanseática, la asociación de ciudades comerciantes bálticas (s. XIV – XVII) de la que Hamburgo formó parte. Como capital de esta liga, desarrolló un urbanismo medieval espectacular y, como es costumbre, buscamos una visita guiada. Nos gusta que nos expliquen las cosas, porque así es como se valoran. En uno de los monumentos más importantes de la ciudad, en la Puerta de Hoslten, la guía, que en los años 30 sería joven, nos sorprendió con el siguiente comentario:

“Y esta puerta, que estaba cayéndose, la podemos contemplar hoy entera gracias a los nazis. Vieron el valor que tenía y, gracias a sus conocimientos en ingeniería, desarrollaron un plan para contenerla y protegerla. Y cuando los nazis hacen algo bien, pues también hay que explicarlo y decirlo”.

Una señora a la que los nazis le parece que eran buenos ingenieros.

La verdad es que nos dejó de piedra, y no sabíamos muy bien a dónde mirar, pero luego siguió haciendo comentarios por el estilo, bastante racistas. Que conste que los alemanes, si por algo destacan, es por haber ajustado cuentas con su pasado. La cantidad de museos, lugares y espacios en los que se explica y recuerda el horror del nazismo, con todo lujo de detalles, es espectacular. Saben que es el mejor antídoto: analizarlo, estudiarlo y condenarlo. Ojalá en España hubiéramos hecho algo parecido con el Franquismo y los más de 114.000 asesinados que siguen esperando en las cunetas.

Patio interior en Lubeca

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