Ordesa

Fotografía en el PN de Ordesa

El primer fin de semana de noviembre de 2018 el otoño y el invierno se abrazaron en el Valle de Ordesa. El otoño acudió a la cita con sus rojos, sus naranjas y sus amarillos. El invierno lo hizo con sus galas habituales, vestido de nieve y de hielo. Podría decir que sabía que tenían una cita especial, pero lo cierto es que fue el primer fin de semana libre para poder subir. Y subí en san viernes por la tarde.

Cascada de la Cueva, Ordesa
Cascada de la Cueva, Ordesa

La tarde del primer día fue para recorrer las cascadas, hasta la cascada del estrecho. Arriesgué el atardecer en las cascadas, con la menor gente posible, bajando ya de noche cerrada hasta la pradera. Iba bien preparado y el camino facilísimo. Don invierno todavía no había pasado por allí, él es viajero de más altas alturas, pero sí Otoño, que estaba un poco removido y muchas hojas habían sido desahuciadas de las copas y se encontraban, bien coloridas, tiradas por el suelo.

Toma 1: La cascada del estrecho, plano general.

Cascada del estrecho, Ordesa

Toma 2: Cascada del estrecho. Detalle.

Cascada del Estrecho, Ordesa
Cascada del Estrecho, Ordesa

Increíble el atardecer en la cascada del Estrecho, sin nadie, con toda la tranquilidad que te gustaría encontrarte en un paisaje así, a la luz de las estrellas. Después te pierdes en la noche y aunque la noche es muy bella, tu vas pidiéndole a Dios que no te fallen las pilas. Ya en el coche, de camino a Sarvisé frenazo: un ciervo está cruzando la carretera.

No lo he dicho al principio, pero en este viaje no me perdí (como suele ser habitual). Más me vale, sino San Guillén (patrón de intrépidos montañeros), podría retirarme su santa custodia que me protege del ataque de osos, fuinas aladas y otras bestias pirenaicas.

Ya de noche, en Sarvisé, recorro viejos bares conocidos y charro con los paisanos allí presentes. Aquellos bares que en verano nos acogieron después de largas caminatas, en invierno solo refugian a sus particulares vecinos que acuden, como todo hijo de vecino, al bar a charrar.

Reviso la previsión meteorológica y las condiciones apuntan para que la niebla amanezca sobre el valle: la noche será muy fría y despejada, al día siguiente sol y ni una gota de aire.

Ejercicio pictoricista obligatorio

Día 2, 5.30h de la mañana. Suena el despertador. La noche no es que haya sido fría, es que ha sido heladora. ¿Habrá niebla? En ese momento lo que más me importa es saber si arrancará el coche. De momento, una buena capa de hielo lo ha envuelto y tengo que rascar el cristal para si arranca, poder ver por donde conduzco. Rezo. Por si acaso, practico los ejercicios que mi mecánico de cabecera me recomendó:

Gira la llave sin encender para que se caliente el diésel. Repetir en varias ocasiones.

Repetido. Es momento de cruzar los dedos y encender el coche. Son las 6.00h. Temperatura exterior de unos cuantos grados bajo cero.

Vascas caminando por Ordesa.

Nada, ni un ruido, ni una intención, el coche no arranca. Rezo un poco más y repito procedimiento.

El coche arranca. Hace un frío terrible dentro del coche, pero voy conduciendo, todavía de noche, hacia la pradera de Ordesa. De momento no hay ni un solo gramo de niebla. Aparco en la pradera, soy el primero, descontando los que han hecho noche allí. Paso las cascadas lo más rápido que puedo sin apenas ver a nadie y sin encontrarme con los restos que don Invierno había dispuesto las noches anteriores.

Conforme me acercaba a las Gradas de Soaso aparecieron las primeras caricias invernales en forma de pequeños tramos con nieve, luego grandes tramos helados y finalmente el camino, entero helado. Llevaba buenas botas, pero no crampones. No me lo esperaba encontrar. Lamentablemente no pude salirme casi nada del camino para fotografiar, porque me estaba jugando un buen resbalón.

¿Quién puede culpar al invierno de ser invierno?

La zona de las gradas de soaso es espectacular, lamentablemente no iba bien preparado para salir del camino y meter el pie en hielo o nieve. Volveré.

El hielo, las hojas y el musgo.

A la altura de las Gradas de Soaso el valle se cierra sobre si mismo, con paredes verticales y caminos estrechos que impiden que el sol, que en otoño y en inverno holgazanea, ilumine apenas el suelo.

Las Gradas de Soaso.
Las Gradas de Soaso.
Cerca de la cola de caballo, la nieve.

 

Pero todo puede ir a mejor, sólo hace falta un poco de sol que derrita el hielo. Y así fue.

Cola de Caballo, enderezada.

Si no estuve una hora haciendo fotos en la Cola de Caballo entonces estuve dos. No sé cómo no me mataron los que por allí intentaban hacerse un selfie. Lo cierto es que ningún lugar me convencía al estar todas las zonas donde colocarme muy laterales. Para conseguir esta fotografía con una línea recta en el agua he tenido que deformar, hasta límites más allá de lo éticamente responsable, la fotografía. Es un problema asociado con el uso del gran angular, sobre todo cuando lo usas en su zoom más angular y más aún cuanto más lateral te colocas a lo que quieres fotografiar. Considere usted que esta cascada no es real, sino que es una interpretación del artista equilibrista.

Cola de Caballo, Ordesa. Detalle.
Cola de Caballo, Ordesa. Detalle.

Ya era hora de bajar. Y de bajada ni una sola foto. Me crucé con unos paisanos de los países catalanes que también bajaban, que rondaban los 40 – 50, y con ellos, de tertulia, fui bajando. En cierto momento me independicé de su compañía, y no porque no fuera grata, pero me apetecía caminar más rápido. Entonces los cordones de las bota izquierda hicieron tope con los enganches de la bota derecha y como un idiota fui a dar con mis huesos contra el suelo. Tropezón sin consecuencias, más allá de una fuerte contusión en el tendón de la rodilla derecha que me llevó a visitar a la médica, a quien no veía desde hacía 10 años. Nada grave, no hay nada roto, pero los golpes en tendones pueden doler hasta un mes. Otros toda la vida.

Coda: Torla

 

Gracias por haber llegado hasta aquí.

 

 

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